El sol es inclemente en Mórrope, distrito de la región Lambayeque, donde predomina un ecosistema desértico como los bosques secos y plantas que crecen en condiciones que parecerían adversas. Estas características hacen que el distrito sea único, al igual que las especies de flora y fauna que habitan allí.
El algarrobo es uno de los ejemplos más conocidos en la región, porque crece en ecosistemas secos como los que se presentan en la costa norte del país. Este árbol tiene muchos usos que, desde tiempos ancestrales, las familias norteñas aplican. La dureza de su madera puede ser usada para construcción; así como su fruto, la algarroba, es aprovechada para fortalecer el sistema inmune, gracias a su alto valor nutricional.
Las familias del distrito conocen el valor de estas plantas para su comunidad desde hace muchos años, pero desconocían la importancia de la riqueza genética que llevan consigo; sin embargo, hoy, la ciencia aprovecha este conocimiento y hace uso de las propiedades de las plantas para el desarrollo farmacéutico; pero, ¿cómo se puede promover el avance científico sin desestimar la sabiduría que las comunidades tienen con respecto a sus biodiversidad?
Un protocolo que rescata saberes ancestrales.
Los habitantes de la Comunidad Campesina San Pedro de Mórrope recuerdan que hubo un tiempo en el que el algodón nativo estuvo a punto de desaparecer en su localidad: “Debido a una prohibición del cultivo del algodón nativo, esta planta comenzó a desaparecer. En el 2002 nos propusimos recuperar las semillas en las acequias, parcelas de agricultores y volvimos a sembrar para recuperar nuestra identidad”, señala Juan Sandoval, ex presidente de la comunidad y hoy, asesor técnico que ayuda a revalorizar los conocimientos ancestrales de sus compañeros y compañeras.
Si bien el algodón nativo es usado por la comunidad para el desarrollo de textiles, se desconoce aún el potencial genético que podría tener para la salud. En ese sentido, el conocimiento que los habitantes de Mórrope tienen sobre el cultivo y usos de esta planta, podrían contribuir en potenciar la investigación científica.
Por ello, desde el 2014, en el Perú se viene implementando el Protocolo de Nagoya, un acuerdo internacional que contribuye en la conservación y uso sostenible de recursos biológicos; y, a su vez, permite que los países que la apliquen generen el marco legal necesario que considere el uso de recursos genéticos, los conocimientos ancestrales asociados y que los beneficios de estos se apliquen de forma justa y equitativa entre las partes.
“Muchas comunidades desconocemos la existencia de este protocolo; por ello, participar en este taller ha sido importante, porque nos permite proteger nuestros recursos y valorar nuestra identidad Muchik. Hoy nos reencontramos con lo que somos, y eso es importantísimo”, culmina Juan.
Niños, niñas: el legado que conserva los recursos biológicos.
Mientras desarrollaban las capacitaciones con adultos, el proyecto se dio cuenta de una realidad innegable: Para lograr que más mujeres participen (un componente necesario para el proyecto), era necesario involucrar a sus hijos. De esta manera, nacen los talleres para niños y niñas “El ABC del ABS”, lo que permite generar un valor agregado al proceso de implementación y asegurar la continuidad de este conocimiento en las mismas comunidades.
En el caserío de Sequiones, en Mórrope, se beneficiaron con el taller 25 niños y 17 padres de familia de la Institución Educativa de Gestión Comunal Monteverde, una escuela multigrado (con una sola aula), y que en cada clase reúne a niños y niñas entre 6 y 13 años, pertenecientes a 6 grados de primaria. Este es un formato de enseñanza que nació por iniciativa del caserío, ante la ausencia de escuelas en la zona y las dificultades económicas de su población.
“El ABC del ABS” es una experiencia educativa que invita a niños, niñas y sus padres a conocer la riqueza de los recursos naturales de su distrito y valorar los conocimientos tradicionales de sus familias con respecto a estos recursos.
El taller “El ABC del ABS” permitió que padres e hijos recuerden la biodiversidad de su zona y los beneficios que obtienen de ellas: el algarrobo, vichayo, el molle y el chilco son algunas de las plantas que desde hace años conocen y usan para aliviar sus malestares.
“Mi papá siembra ruda en la chacra, que se usa para el dolor de la barriga. Él aprendió de sus papás a cultivar y a usarla”, nos cuenta Blanca, de 7 años, quien junto a sus compañeros de clase participaron en diferentes dinámicas para revalorizar su biodiversidad, valorar el conocimiento de sus familias con respecto a la flora de su región y aprender que cada uno de estos lleva consigo recursos genéticos valiosos que podrán aportar a la ciencia en el futuro.
Por ahora, la comunidad de Mórrope continúa compartiendo la información sobre el Protocolo de Nagoya, porque saben que la ciencia no se detiene y ante este avance, ellos quieren estar listos para sumar y participar activamente de este recorrido. Al igual que con la sabiduría sobre las plantas de su región, los conocimientos que adquirieron sobre el Protocolo de Nagoya se seguirán transmitiendo de generación en generación, porque cuando los adultos ya no estén, serán los más jóvenes quienes continuarán el legado y serán la herencia que construya el futuro.
Sobre el Proyecto GEF ABS Nagoya
Este iniciativa es financiada por el Fondo Global para el Medio Ambiente (Global Environmental Facility – GEF) e implementada por el Ministerio del Ambiente, ONU Medio Ambiente y la administración de Profonanpe. Tiene como objetivo fortalecer las capacidades nacionales para la implementación eficaz de los regímenes de acceso a los recursos genéticos y los conocimientos tradicionales de conformidad con el Protocolo de Nagoya y así contribuir a la conservación de la biodiversidad y el bienestar de las personas en el país. Para más información, visita su página web.